La renovación del currículo Argentino
Una primera iniciativa fue desarrollada mientras estaba en San Juan. Mercante se propuso adoptar la metodología del Museo Escolar para construir una escuela moderna. El museo escolar era una colección continuamente acrecentada de fósiles, ilustraciones y objetos diversos clasificados, que proporcionaba un medio “para cultivar espontánea y agradablemente los objetivos de la educación.” Junto con la clasificación, los alumnos debían redactar descripciones, estudiarlos en su contexto y su historia. Así, aprendían simultáneamente varias asignaturas: botánica, zoología, historia natural, geografía, literatura, historia, matemática. La segunda iniciativa fue la reforma de los planes de estudio en la Escuela Normal de Mercedes. Allí, en paralelo a sus investigaciones psicológicas, se propuso una educación común que abarcara el conjunto de la vida psicológica del educando, y no sólo su actividad intelectual. Los fines de la escuela debían ser:
— la educación general de los órganos del cuerpo a través de la alimentación, el
vestido, el aseo, los ejercicios físicos, la higiene, la postura corporal, los hábitos de
descanso;
— la educación de los sentimientos, a través de la enseñanza de la disciplina y la educación moral, excluyendo la religión;
— la educación de los sentidos u observación;
— la educación de las facultades meditativas;
— la educación de las facultades expresivas; y
— la educación de las actividades prácticas, a través de la educación industrial.
Con respecto a esta última, Mercante produce una de las aperturas más significativas del currículo primario y de la escuela normal, tradicionalmente contrario a la introducción del trabajo. Tomando en parte el ejemplo de los slödj, donde se aprendía un oficio, creía que debía revisarse su excesivo metodismo, contrario a la espontaneidad del alumno.Imaginaba esta enseñanza industrial en un laboratorio donde los niños y adolescentes aprendiesen e inventasen nuevas tecnologías. Esta actividad debía ocupar media jornada y no estar reducida, como en las escuelas nórdicas, a dos horas por semana. La educación industrial, por otra parte, sería un buen antídoto contra las tendencias extranjerizantes de las escuelas argentinas, ya que debería tener un carácter forzosamente especialista, al estar sujeta a las exigencias locales de formar los agricultores, herreros, carpinteros, zapateros, pero también los físicos, químicos, industriales, que el país requería. En un contexto de predominio de la oligarquía terrateniente y de escaso peso de las propuestas industrialistas, la opción de Mercante parecía ponerse a la vanguardia de la transformación del país.
A esta misma etapa corresponden sus primeros libros de texto para la enseñanza
primaria. Mercante partió de un nuevo concepto del texto escolar: habría que pensar en “un libro de ejercicios, un libro de problemas, un libro de cuestionarios, que entrelazaría los asuntos hasta constituir un todo orgánico, sin vacíos, fecundo para el cultivo, desarrollo y nutrición de la inteligencia”. Estaba en contra de “los compendios que (callaban) a título de síntesis lo que debía aprenderse”, ya que suponían que el lector era un sujeto “sin cerebro” que recibía sin más lo que proponía el libro. Consecuente con esta orientación, escribió varios libros para enseñar la lectoescritura y otros tantos de aritmética y geometría, plagados de imágenes y adaptados al lenguaje infantil. Pese a esta concepción modernizadora general, en lo tocante a los métodos de aprendizaje de la lectura y la escritura, Mercante era partidario del método fonético, ya por aquel entonces cuestionado por los métodos globales, que hacían hincapié en la comprensión.La escuela intermedia
Su producción renovadora más significativa para el currículo argentino se produjo años más tarde, cuando participó, en 1915 y 1916, en la elaboración de un ambicioso proyecto de reforma educativa que le había encomendado el ministerio de educación. Tenía ésta por objeto la reorganización del sistema educativo, creando una escuela intermedia entre la primaria y la secundaria. La Escuela Intermedia cubría tres años y comprendía dos núcleos de asignaturas: por una parte, la enseñanza general de las asignaturas literarias y científicas, y por otra, la enseñanza profesional y técnica (centrada en el dibujo aplicado, y con materias opcionales según el sexo). La promoción era automática a condición de obtener la media requerida en los exámenes parciales. Estas reformas sólo estuvieron vigentes durante un año, 1916, ya que al año siguiente el gobierno radical las derogó. Las Escuelas Intermedias debían funcionar en los Colegios nacionales, escuelas normales, industriales o de comercio, bajo la dirección del vicerrector del establecimiento. Los profesores a cargo serían profesores normales, o bien con títulos habilitantes, guiándose para ello por los mismos criterios que el colegio nacional. Los profesores a cargo de los cursos y del taller debían permanecer durante todo el horario escolar en el establecimiento.
Mercante, uno de los autores de esta reforma, concebía la escuela intermedia como
un estadio formativo y democratizador, concepción que se distanciaba del crudo utilitarismo que le atribuyeron. Dos años después del fracaso de la reforma, Mercante señalaba que “la escuela intermedia no pretendía formar obreros, sino aptitudes profesionales para una multitud de servicios que requieren una disciplina manual, sembrando en el espíritu el amor al taller. Sostenía, en contra de las críticas, que su creación alargaba la enseñanza general, ya que habitualmente los niños abandonaban la escuela en el cuarto grado. Al mismo tiempo, este nuevo sistema ofrecía a las familias de “hogares modestos” la posibilidad de acceder a una educación corta.
Puesto a imaginar una nueva estructura del sistema, Mercante dejó a un lado sus
rígidas clasificaciones psicológicas y propuso una escuela común. Sostuvo, como buen
normalista, la idea que la escuela proporcionaría el cemento unificador de todos los sectores sociales, produciendo una cultura más igualitaria: “El obrero dejaría de ser el semianalfabeto peligroso que sabe leer; la juventud entregada a los estudios superiores dejaría de mirar con fruncido ceño todo lo que pudiera encallecer sus manos.
Las razones del fracaso
Si el currículo de los colegios nacionales parecía actuar en la dirección de reforzar la
dependencia universitaria, al menos en la estructura disciplinaria, la escuela intermedia actuaba en el sentido contrario. El hecho de cortar en dos la escuela secundaria, pero manteniendo la unidad institucional, seguramente contribuyó al apoyo que los rectores dieron a la reforma El perfil de estas instituciones habría sido modificado por completo: tres años básicos masivos, con talleres y alumnos heterogéneos; tres años superiores más elitistas y preuniversitarios. Se aludió en su presentación a la similitud que presentaba con las High School y los College de los EE.UU.; pero en este caso, ambas instituciones no coexistían en el mismo establecimiento. Al respecto, es interesante comparar el fracaso de Mercante, y del grupo de rectores que lo apoyaban, con el éxito alcanzado por movimientos similares en los EE.UU. Allí, los cuestionamientos principales al currículo humanista, que contribuyeron a su ocaso, fueron formulados por psicólogos educativos, Stanley Hall entre ellos, y por sociólogos como David Snedden, partidario del utilitarismo eficientista. Al criticar su inadecuación al desarrollo y capacidades del estudiante, y su ineficacia para responder a las necesidades de la sociedad actual, ayudaron a minar las bases de sustento del viejo currículo.
Sin embargo, en la Argentina los proyectos que enarbolaban similares críticas no
tuvieron éxito. Tedesco inserta este episodio en una pugna secular entre los sectores de la oligarquía y los sectores medios, en la cual los primeros intentaron sin éxito “desviar” del bachillerato tradicional y de la universidad a los segundos, que se resistieron a la diversificación institucional. Puiggrós lo vincula a la debilidad de los nuevos sujetos políticos y sociales para rearticular las críticas y reformas desde propuestas políticopedagógicas inclusivas, que los llevó a defender el statu quo educacional.
Una primera iniciativa fue desarrollada mientras estaba en San Juan. Mercante se propuso adoptar la metodología del Museo Escolar para construir una escuela moderna. El museo escolar era una colección continuamente acrecentada de fósiles, ilustraciones y objetos diversos clasificados, que proporcionaba un medio “para cultivar espontánea y agradablemente los objetivos de la educación.” Junto con la clasificación, los alumnos debían redactar descripciones, estudiarlos en su contexto y su historia. Así, aprendían simultáneamente varias asignaturas: botánica, zoología, historia natural, geografía, literatura, historia, matemática. La segunda iniciativa fue la reforma de los planes de estudio en la Escuela Normal de Mercedes. Allí, en paralelo a sus investigaciones psicológicas, se propuso una educación común que abarcara el conjunto de la vida psicológica del educando, y no sólo su actividad intelectual. Los fines de la escuela debían ser:
— la educación general de los órganos del cuerpo a través de la alimentación, el
vestido, el aseo, los ejercicios físicos, la higiene, la postura corporal, los hábitos de
descanso;
— la educación de los sentimientos, a través de la enseñanza de la disciplina y la educación moral, excluyendo la religión;
— la educación de los sentidos u observación;
— la educación de las facultades meditativas;
— la educación de las facultades expresivas; y
— la educación de las actividades prácticas, a través de la educación industrial.
Con respecto a esta última, Mercante produce una de las aperturas más significativas del currículo primario y de la escuela normal, tradicionalmente contrario a la introducción del trabajo. Tomando en parte el ejemplo de los slödj, donde se aprendía un oficio, creía que debía revisarse su excesivo metodismo, contrario a la espontaneidad del alumno.Imaginaba esta enseñanza industrial en un laboratorio donde los niños y adolescentes aprendiesen e inventasen nuevas tecnologías. Esta actividad debía ocupar media jornada y no estar reducida, como en las escuelas nórdicas, a dos horas por semana. La educación industrial, por otra parte, sería un buen antídoto contra las tendencias extranjerizantes de las escuelas argentinas, ya que debería tener un carácter forzosamente especialista, al estar sujeta a las exigencias locales de formar los agricultores, herreros, carpinteros, zapateros, pero también los físicos, químicos, industriales, que el país requería. En un contexto de predominio de la oligarquía terrateniente y de escaso peso de las propuestas industrialistas, la opción de Mercante parecía ponerse a la vanguardia de la transformación del país.
A esta misma etapa corresponden sus primeros libros de texto para la enseñanza
primaria. Mercante partió de un nuevo concepto del texto escolar: habría que pensar en “un libro de ejercicios, un libro de problemas, un libro de cuestionarios, que entrelazaría los asuntos hasta constituir un todo orgánico, sin vacíos, fecundo para el cultivo, desarrollo y nutrición de la inteligencia”. Estaba en contra de “los compendios que (callaban) a título de síntesis lo que debía aprenderse”, ya que suponían que el lector era un sujeto “sin cerebro” que recibía sin más lo que proponía el libro. Consecuente con esta orientación, escribió varios libros para enseñar la lectoescritura y otros tantos de aritmética y geometría, plagados de imágenes y adaptados al lenguaje infantil. Pese a esta concepción modernizadora general, en lo tocante a los métodos de aprendizaje de la lectura y la escritura, Mercante era partidario del método fonético, ya por aquel entonces cuestionado por los métodos globales, que hacían hincapié en la comprensión.La escuela intermedia
Su producción renovadora más significativa para el currículo argentino se produjo años más tarde, cuando participó, en 1915 y 1916, en la elaboración de un ambicioso proyecto de reforma educativa que le había encomendado el ministerio de educación. Tenía ésta por objeto la reorganización del sistema educativo, creando una escuela intermedia entre la primaria y la secundaria. La Escuela Intermedia cubría tres años y comprendía dos núcleos de asignaturas: por una parte, la enseñanza general de las asignaturas literarias y científicas, y por otra, la enseñanza profesional y técnica (centrada en el dibujo aplicado, y con materias opcionales según el sexo). La promoción era automática a condición de obtener la media requerida en los exámenes parciales. Estas reformas sólo estuvieron vigentes durante un año, 1916, ya que al año siguiente el gobierno radical las derogó. Las Escuelas Intermedias debían funcionar en los Colegios nacionales, escuelas normales, industriales o de comercio, bajo la dirección del vicerrector del establecimiento. Los profesores a cargo serían profesores normales, o bien con títulos habilitantes, guiándose para ello por los mismos criterios que el colegio nacional. Los profesores a cargo de los cursos y del taller debían permanecer durante todo el horario escolar en el establecimiento.
Mercante, uno de los autores de esta reforma, concebía la escuela intermedia como
un estadio formativo y democratizador, concepción que se distanciaba del crudo utilitarismo que le atribuyeron. Dos años después del fracaso de la reforma, Mercante señalaba que “la escuela intermedia no pretendía formar obreros, sino aptitudes profesionales para una multitud de servicios que requieren una disciplina manual, sembrando en el espíritu el amor al taller. Sostenía, en contra de las críticas, que su creación alargaba la enseñanza general, ya que habitualmente los niños abandonaban la escuela en el cuarto grado. Al mismo tiempo, este nuevo sistema ofrecía a las familias de “hogares modestos” la posibilidad de acceder a una educación corta.
Puesto a imaginar una nueva estructura del sistema, Mercante dejó a un lado sus
rígidas clasificaciones psicológicas y propuso una escuela común. Sostuvo, como buen
normalista, la idea que la escuela proporcionaría el cemento unificador de todos los sectores sociales, produciendo una cultura más igualitaria: “El obrero dejaría de ser el semianalfabeto peligroso que sabe leer; la juventud entregada a los estudios superiores dejaría de mirar con fruncido ceño todo lo que pudiera encallecer sus manos.
Las razones del fracaso
Si el currículo de los colegios nacionales parecía actuar en la dirección de reforzar la
dependencia universitaria, al menos en la estructura disciplinaria, la escuela intermedia actuaba en el sentido contrario. El hecho de cortar en dos la escuela secundaria, pero manteniendo la unidad institucional, seguramente contribuyó al apoyo que los rectores dieron a la reforma El perfil de estas instituciones habría sido modificado por completo: tres años básicos masivos, con talleres y alumnos heterogéneos; tres años superiores más elitistas y preuniversitarios. Se aludió en su presentación a la similitud que presentaba con las High School y los College de los EE.UU.; pero en este caso, ambas instituciones no coexistían en el mismo establecimiento. Al respecto, es interesante comparar el fracaso de Mercante, y del grupo de rectores que lo apoyaban, con el éxito alcanzado por movimientos similares en los EE.UU. Allí, los cuestionamientos principales al currículo humanista, que contribuyeron a su ocaso, fueron formulados por psicólogos educativos, Stanley Hall entre ellos, y por sociólogos como David Snedden, partidario del utilitarismo eficientista. Al criticar su inadecuación al desarrollo y capacidades del estudiante, y su ineficacia para responder a las necesidades de la sociedad actual, ayudaron a minar las bases de sustento del viejo currículo.
Sin embargo, en la Argentina los proyectos que enarbolaban similares críticas no
tuvieron éxito. Tedesco inserta este episodio en una pugna secular entre los sectores de la oligarquía y los sectores medios, en la cual los primeros intentaron sin éxito “desviar” del bachillerato tradicional y de la universidad a los segundos, que se resistieron a la diversificación institucional. Puiggrós lo vincula a la debilidad de los nuevos sujetos políticos y sociales para rearticular las críticas y reformas desde propuestas políticopedagógicas inclusivas, que los llevó a defender el statu quo educacional.